El impacto de las emociones en el aprendizaje
Después de escuchar una charla del profesor Julián de Zubiría sobre cómo las emociones influyen en el aprendizaje, me quedó dando vueltas una idea: en un mundo donde estamos constantemente expuestos a una avalancha de información a través de pantallas, ¿cómo ha cambiado nuestra forma de procesar, retener y comprender el conocimiento? Sin darnos cuenta, nuestras emociones juegan un papel clave en este proceso, determinando qué recordamos, qué olvidamos y cómo tomamos decisiones. Comprender esta relación es más importante que nunca en una era marcada por la inmediatez, la sobrecarga informativa y la ansiedad.
Memoria y emoción
Nuestros recuerdos más significativos están ligados a emociones intensas. Solo recordamos con claridad a aquellas personas o experiencias que nos han dejado una huella profunda, ya sea positiva o negativa. Esto ocurre porque las experiencias cargadas de emoción activan regiones del cerebro como la amígdala y el hipocampo, responsables de procesar la memoria.
Este mecanismo explica por qué muchas veces olvidamos información sin relevancia emocional, pero recordamos con detalle momentos de alegría, tristeza o miedo.
Aprendizaje
El aprendizaje se facilita cuando las emociones positivas están presentes. La motivación, la curiosidad y la sensación de logro generan dopamina, un neurotransmisor que refuerza la capacidad de concentración y retención. Por el contrario, el estrés y la ansiedad pueden bloquear estos procesos, impidiendo que la información se consolide en la memoria a largo plazo.
Esto sugiere que los entornos de aprendizaje deberían fomentar emociones positivas para mejorar la adquisición de conocimientos. Estrategias como el aprendizaje basado en el juego, la enseñanza interactiva y la conexión emocional con el contenido pueden marcar la diferencia.
Ansiedad y el déficit de atención
Vivimos en una era donde la ansiedad y la falta de atención predominan. La sobreexposición a información, el uso excesivo de dispositivos electrónicos y la inmediatez han reducido nuestra capacidad de concentración. Además, el constante bombardeo de noticias negativas por parte de los medios de comunicación refuerza un estado de alerta permanente, contribuyendo al estrés, el aumento de percepción de inseguridad y, por ende, la desconfianza en los demás.
Miedo y ansiedad: dos caras de la misma moneda
El miedo es una emoción primaria que nos ayuda a reaccionar ante peligros inmediatos. En cambio, la ansiedad es una respuesta anticipatoria a amenazas futuras, muchas veces imaginarias. Antes, las personas vivían con miedo a eventos específicos; hoy, además de esos temores, se ha sumado una ansiedad constante sobre lo que podría suceder.
Este estado emocional puede afectar el pensamiento crítico y hacernos más vulnerables a la manipulación. La falta de análisis profundo de la información nos lleva a aceptar narrativas sin cuestionarlas, lo que ha sido aprovechado por los medios y otros actores para moldear opiniones y percepciones.
Aprendizaje consciente
Para mejorar nuestra capacidad de aprendizaje en este contexto, es necesario desarrollar herramientas para gestionar nuestras emociones. Algunas estrategias incluyen:
• Practicar el pensamiento crítico cuestionando la información que consumimos.
• Reducir el consumo de noticias negativas y equilibrarlo con contenido inspirador.
• Fomentar la confianza y el diálogo con los demás para contrarrestar la desconfianza social.
• Crear ambientes de aprendizaje que generen emociones positivas, motivación e inspiración.
Al entender el impacto de nuestras emociones en el aprendizaje, podemos tomar decisiones más informadas y desarrollar un pensamiento más analítico y resiliente frente a los desafíos actuales.
